martes, 13 de diciembre de 2005

Recuerdos desde BCN


Algo tan sencillo como un buen viaje cuando necesitas desconectar, puede alegrarte la semana más triste de tu vida. Y es que las calles de Barcelona, me sedujeron cuando era tan sólo una niña, y mi padre, de repente se fue a vivir allí. Aquellas calles angostas, me llamaban, las personas que habitaban, deambulaban, por aquella ciudad, que ya entonces, aún sin llegar a comprenderlo del todo, me parecía enorme. Cuando contaba con 18 añitos, y me consideraba la reina del mundo (hago un inciso para remitir al lector a una canción que yo le dediqué en su momento, cuando la oí por primera vez, a aquel hombre que inició su aventura por Barcelona, “Siento que te extraño” de Amaral), seguí los pasos de mi padre y me fui para allí, a estudiar, eso sí, mi vocación.

Cuando llevaba pocos días, deambulaba por las calles, sintiéndome sola, e independiente al mismo tiempo, miraba a la gente, y me preguntaba si conseguiría hacerme con aquella enorme urbe, pero yo era cosmopolita, y aunque se me resistió un poco, al final, me hice con ella.

Este puente, he vuelto, porque dejé muchas cosas allí, personas que me recordaban una vida feliz, un mundo bonito, que decidí dejar atrás por propia voluntad y por cuestiones de corazón y trabajo. Ahora que mi corazón está solo, sentí que me llamaba la tierra que me acogió, y de la que guardo muchas cosas y todas buenas.

Ver a mis niñas, con las que he compartido un millón de amarguras, y que cuando comenzamos a conocernos, debo ser sincera, pensé que aquello se quedaría en la facultad y no prosperaría (ahora que ha pasado un año y medio me como mis palabras), también he compartido un millón de momentos felices y hermosos. Esas risas en la cafetería de la facultad, hablando de todo un poco, y porque engañarnos, mucho de sexo, hombres, critiqueo, ropa, marujeo, series de televisión, uff, tantas cosas… Las siestas en medio de clase, las mías, cuando me caía de sueño encima de la mesa de diferentes filas, diferentes aulas, y Miri, me pegaba codazos para que me despertara. Nuestro último año, de desayunos, almuerzos, cafés después de las comidas y a media tarde, todos ellos corriendo de un lado a otro con los apuntes de biblioteca en biblioteca, y entre prácticas y clases, y para finalizar el día, una clarita, que no falte nunca, no? Todo eso lo echo muchísimo de menos, que no quiere decir, que de vuelta a mi ciudad no disfrute, simplemente, que aquellos ratos eran perfectos. También tengo un sitio para mis hermanitas, las niñas con las que compartí los peores momentos, los de crisis de ansiedad, los de angustia, tilas, desórdenes, tardes de domingo de batalla de limpieza, en fin, mi auténtica familia, mis compañeras de piso, hasta de los peores ratos guardo buen recuerdo. En fin, Itziar, estos ratos los comparto contigo, y tu si que sabes cuáles fueron buenos y cuales malos.

De la universidad no me quedo con los nervios, los exámenes y los malos profesores, me quedo con la familia que gané, como casi todos estábamos exiliados, nos convertimos en una gran familia, que tenía sus buenos momentos y sus malos, sus ovejas y sus cajas negras, llenas de secretos, que mal que algun@s quieran, no saldrán nunca a la luz.

La historia es que todo esto lo reviví en estos tres días de minivacaciones, y tengo que reconocer que si el domingo me hubiera llamado el jefe, y me hubiera dicho, te quedas en Barcelona que tienes trabajo allí por un tiempo, no lo habría dudado ni un momento, me quedaba, por los viejos tiempos, que parece que haya pasado una vida en lugar de poco más de un año.

En fin… todo aquello ya pasó, y se queda en mi memoria, para siempre, por lo menos cuando me siento sola en esta casa, donde ahora sólo estoy yo, me acuerdo de todos vosotros, y de que siempre tendré un sitio en la ciudad cosmopolita por excelencia, mi Barna.

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