lunes, 25 de julio de 2005

Amores de infancia

Cuando somos pequeños, visualizamos el concepto del amor según nuestro alrededor. Aquellos nacidos en una familia convencional (bueno, de las de antes), con un padre y una madre, que más que menos se quieron, y cuidan a sus hijos nacidos de su amor con todas sus fuerzas, buscan algo similar, y es posible que las primeras relaciones fracasen, o quizás no, pero probablemente todo les parezca una gran mentira, porque parece que aquellos matrimonios que llevan 50 años enamorados el uno por el otro y viceversa, no han sufrido una crisis en su vida, y los hijos buscan algo similar, entonces, cuando la pareja empieza a ser algo que el hijo/a pensó en su juventud o adolescencia que sería incapaz de soportar, se siente decepcionado, y muchas veces las parejas se rompen.

Los hijos nacidos de matrimonios que siguen juntos pese a no soportarse, les cuesta creer en la idea del amor, quién les dice que ellos no van a ser igual que sus padres, que se mantendrán atados a algo en lo que no creen, y por lo que ya no sienten nada, a parte de lástima, que ya ni siquiera discuten porque no tienen suficiente en común, para tener motivos sobre lo que discutir. Sus hijos recelan del amor, sólo piensan que no quieren acabar como sus padres, desgraciados, amargados, y por eso, seguramente no se atan a nada, ni nadie. Probablemente de estas relaciones, surgen las famosas personas categorizadas con "pánico al compromiso", cuando realmente no es eso, no es miedo al compromiso, es terror a vivir amargados eternamente.

(Siento generalizar, seguramente no estaréis de acuerdo conmigo, pero estoy marcando unas breves pinceladas, no implica que todos nos veamos incluidos en estos bloques)

Finalmente, para acabar con la descripción a grandes rasgos, los hijos de padres divorciados, o como actualmente se dice, de "familias monoparentales", aunque yo diferenciaría dentro de este grupo a los de padres divorciados, porque, al fin y al cabo, la situación no tiene nada que ver. En este grupo me incluyo, y pese a considerarme una afortunada dentro de este bloque, generalizaré un poco con lo que los años me han hecho ver. Estos niños vivimos marcados con la idea de que la convivencia es complicada, de la fidelidad ya ni hablamos, las personas evolucionan por caminos distintos, se acabó el amor.... son todo frases que forman parte de la historia de estos niños. Sus padres, en el mejor de los casos, tuvieron una separación pacífica, no se pelearon, "se les acabó el amor"; los hijos adquieren conciencia de que el amor es algo que no dura eternamente, que hay que hipotecar ciertas cosas para tener amor, algunos principios, el trabajo, tu ciudad, tu familia. Los niños que vivimos así, bajamos el listón del amor, y seguramente adquirimos una realidad mucho más dura, tenemos conciencia de que los príncipes azules no existen, ni los cuentos de hadas, que el amor es algo que hay que cuidar todos los días, regarlo poco a poco porque sino se muere. El problema, o la pu.., hablando en plata, es que estas trazas que nos deja nuestra historia familiar nos impide disfrutar como lo harían los adolescentes del primer grupo, nos abruma la preocupación de que aquello se acabe, de no ser suficiente, de no ser capaces de hacer lo que nuestros padres no hicieron, seguramente nos perdemos más vida del comienzo del amor, pero lo agarramos con más fuerza.

Pero aún así, todos, hijos de separdos, de familias convencionales, y de nuevas familias, nos preguntamos, ¿de verdad hacemos todo lo posible por mantener nuestro amor? seguramente no, el trabajo, el estrés, nuestro gran ego, nos impide dedicarle todo el tiempo que necesita, desmigajar el noviazgo para que la convivencia sea luego más fácil, y lo es, si se conocen claramente los defectos del contrario. Vivir la realidad para no pegarnos un buen golpe, cuando llegan los ronquidos, las broncas por la limpieza, por las tareas domésticas, por las horas de llegada, las borracheras con los/as amig@s , y mil y una historias que al final acaban surgiendo. Pero hoy en día no tenemos valor ni paciencia para aguantar, somos cómodos y cuando algo nos aburre, como hacemos con todo lo demás, lo apartamos, lo dejamos a un lado, o si no sirve, lo tiramos a la basura. Más tarde, repetiremos el mismo error, porque el problema, no está en la pareja, buscarse otra no sirve, el problema está en nosotros, en buscar nuestro equilibrio, nuestra fuerza, corregir nuestros pequeños defectos, y ayudar a la pareja a que corrija aquello que tiene solución y si no la tiene ... pues entonces .... quizás no quede otro remedio que separarse, pero seguramente conseguiremos disminuir el número de divorcios.

lunes, 18 de julio de 2005

Verano en la ciudad

Me he puesto a escribir una historia en el ordenador, y de repente me ha apetecido contar algo en el blog, no tengo nada pensado, pero algo saldrá.

Me gustan las ciudades en verano, pese a ser deprimente trabajar mientras toda la ciudad se escapa de vacaciones, parece que tras muchos años, una ya se acostumbra a esto y luego hasta lo echo de menos. Todo comienza el uno de julio, aquí empieza la primera espantada, la primera mitad de la ciudad sale en bandada, huyendo del calor hacia lugares, donde, no es que haga menos, se lleva mejor, hablemos de playas, pueblos de donde proviene la familia o pequeños aldeas o lugares de vacaciones en la montaña. La otra mitad se queda asqueada, deseando que llegue su turno para poder disfrutar de su retiro.

Yo que, como ya he dicho anteriormente, llevo unos cuantos veranos de mi vida, moviéndome poco de la ciudad, me dedico a observar el comportamiento del hombre, y a aprender a valorar, las pequeñeces que te ofrece una ciudad sin gente. Por ejemplo, un tópico, me ha costado venir a trabajar por la tarde, 5 minutos menos, vale no es mucho, pero es que para ir a comer a mi casa, no había atasco. Cuando vas de compras, no piensas en cuándo van a inventar los coches plegables, que te los metes en el bolsillo, y ya está… Otra de las delicias del verano en la ciudad es cogerte un buen libro, y sentarte en una terraza a leer, sola, sin que nadie me llame por teléfono, porque no hay nadie en la ciudad, disfrutando del café con hielo, el té, o lo que sea, mis pensamientos y mi libro, en esas tardes me da tiempo de observar a la gente…
También es verdad que los días de ola calor, como estos últimos, vivir en la ciudad es insufrible, pero… no todo puede ser bueno.

¿Y todo esto a qué viene? Viene a que he estado unos días en Barcelona, ciudad que me acogió durante los años de la carrera, y a la que tengo mucho aprecio, pero no había quién caminara sin recibir un pisotón, todos los turistas de España que están en una ciudad, deben estar en esa, porque no cabía un turista más por metro cuadrado, entonces me ha hecho valorar las delicias de la ciudad sin gente, porque si algo me gustaba de Barcelona era la calma del fin de semana, después de todo el estrés de la semana, disfrutar de la paz de una ciudad enorme sin gente corriendo de aquí para allá. Todo esto viene desde el corazón de una auténtica urbanita, supongo que esto explica mi punto de vista.

En fin, vamos a ser realistas, que me muero de ganas de tener unos días de vacaciones para aburrirme y poder escribir un poco, una historia que tengo por algún lugar empezada y que os iré enseñando trocitos. El problema es que la ciudad vacía pero conmigo encerrada en el laboratorio, tampoco es que la disfrute mucho, pero si tenéis un rato libre, salid a pasear por las ciudades en las que vivís, y veréis como no es para tanto el verano en la ciudad.

martes, 5 de julio de 2005

Paseo por un hospital

Ayer hice una visita a la Unidad de Cuidados Intensivos del H. Clínico, no llegué a ver enfermos, pero estuve un rato observando a las personas que esperaban para entrar a visitar y me di cuenta, que a veces, es necesario pasar por allí para saber qué es lo realmente importante en la vida. Mi madre y mi tía, tienen una nueva frase en su refranero, ahora cuando alguien se queja de algo nimio, o se siente triste o deprimido por cosas absurdas, le dicen “vete al Clínico”, y aunque la primera vez que la oí me pareció extraña, tienen razón. Hay mucha gente en el mundo que debería pasar por un hospital, pero no a visitar a una parturienta, sino a las plantas duras, oncología, la UCI, etc. Allí te das cuenta de lo fácil que es quejarse, nos quejamos porque estamos vivos y normalmente sanos, ¡vaya contradicción!, nos quejamos por el trabajo, los padres, los hijos, los estudios, el tiempo, el sueldo, nos quejamos del aire si es necesario, y yo entiendo que a veces, algunas quejas son necesarias para que no nos pueda el conformismo, para hacer girar el mundo y cambiar las injusticias, pero… no es eso de lo que habitualmente protestamos.

En un hospital puedes ver a un niño que aguanta el dolor más insoportable, y está allí, incluso con una sonrisa si saca fuerzas. A una familia destrozada porque la vida de un hijo está pendiente de un hilo, a una mujer embarazada que lleva en su vientre al ser más deseado y tiene a su amor entre la vida y la muerte, a un hombre que lleva media vida con su mujer, y aunque discuten a veces, él está loco por ella y ahora no sabe si le escucha porque ella está en coma, y podría seguir… Todas estas personas, cambian de forma de ver la vida, si sobreviven, seguramente disfrutarán mucho más de cada momento de placer, y se quejarán un poco menos del calor, porque por lo menos, hoy sienten el calor.

Vamos a pensar un poco más antes de ponernos tristes, y a disfrutar un poco más de lo que cada día nos ocurre, seguro que algo bueno ocurre.