Los años no han pasado en balde, ahora somos más viejos, más conscientes, o tal vez no, pero seguramente somos más felices. Ahora que los tiempos no acompañan, que esta maldita crisis nos aprieta, y nos ahoga lo justo para no alcanzar a morir pero sí a sufrir, ahora que el mundo es más difícil que ayer, valoramos más las pequeñas cosas.
Tal vez era necesario recordarnos el dolor, el sufrimiento, la austeridad, para agarrarnos a lo bello de cada día, al amor, a la confianza, al día a día, con lo justo, sin lujos. Tal vez aprendamos algo de estos años, y podamos enseñarles algo a nuestros hijos, que el dinero viene pero es traidor, que los caprichos forman parte de nuestra vida, pero debemos ser capaces de no desearlos, o de sentir simplemente eso, el deseo, y no la posesión. En estos días cuatro paredes, aunque recojan poco espacio, son mucho. Y los dos pimientos que quedan en la nevera, son una rica cena si los mezclamos con huevo y patata y aliñamos la cena con agua del grifo (al fin y al cabo, dicen que el agua de mi ciudad es muy buena), está caliente y es más de lo que muchos tienen.
Hoy doy gracias porque el lunes me levantaré pronto porque tengo un sitio en dónde trabajar, y donde soñar con mi marido y mi perro que estarán por la noche, cuando juntos recordemos que el mundo no puede con nosotros si nos sujetamos los unos a los otros.
Aquí firmo mi vuelta, no sé si será larga o corta, pero vuelvo a casa, porque escribir lo que se me pasa por la cabeza me cura el alma y me devuelve algo de mi optimismo.
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